La Estrella Interior del Corazón: Nūr al-Bāṣirah


■ La Estrella Interior del Corazón: Nūr al-Bāṣirah

“La transformación interior es como el nacimiento de una nueva estrella en el Corazón. Ilumina todo el ser.”
▪︎ Shaykh Ahmad al-ʿAlāwī ق

Cuando el Shaykh Ahmad al-ʿAlāwī ق —el gran maestro de Mostaganem— pronunció estas palabras, no describía una fantasía poética, sino la alquimia secreta del alma.

Para él, el Corazón (qalb) es el vasto cielo del mundo interior: oscuro hasta que la luz del recuerdo divino (dhikr Allāh) lo atraviesa como el amanecer.

La transformación interior, entonces, no es la acumulación de conocimiento ni el mero refinamiento de los actos externos; es el nacimiento de algo completamente nuevo: una chispa divina, una estrella que antes no existía.

Ese nacimiento es precedido por una larga gestación en el vientre de la rendición (taslīm). El buscador trabaja en la noche del olvido, puliendo el espejo del Corazón con recuerdo, paciencia y lucha.

Al principio todo parece inmóvil y silencioso: el cielo interior permanece oscuro. Sin embargo, el Shaykh nos recuerda que en esa quietud oculta, algo está formándose.

Y cuando el Corazón se purifica lo suficiente como para recibir el soplo de lo Divino, un destello atraviesa —una estrella ha nacido.

Esa estrella es la luz de la visión interior (nūr al-bāṣirah), el reconocimiento vivo de la cercanía de Allah. Es el instante en que el buscador ya no sabe sobre Dios, sino que sabe a través de Dios.

El mundo, que antes parecía denso y separado, se vuelve transparente, vibrando con Su Presencia.

Los sentidos, antes velados, comienzan a ver con la luz de Lā ilāha illa Allāh. En ese momento, el Corazón deja de girar alrededor del “yo” y comienza a orbitar el Sol Divino.

El Shaykh dice: “Ilumina todo el ser.”
Y así es: cuando la luz del Corazón se enciende, se expande a cada parte de la existencia —mente, cuerpo, emoción y alma.

El intelecto se convierte en instrumento de percepción espiritual, las emociones se armonizan en compasión, el cuerpo se vuelve servidor del espíritu.

Incluso el silencio del buscador comienza a hablar; su mirada transmite significado, su presencia trae paz. Todo su ser se convierte en lámpara para otros, como el Qur’an declara:

> “Allah es la luz de los cielos y de la tierra… Luz sobre Luz.” (24:35)

Pero tal iluminación no nace sin fuego. Una estrella se forma cuando la oscuridad colapsa sobre sí misma, bajo calor, presión y rendición.

Del mismo modo, el alma debe atravesar la ruptura de sus falsas formas. El orgullo, la vanidad, los apegos y el miedo deben consumirse en el horno del recuerdo. Solo cuando el ego se disuelve, la luz interior encuentra espacio para brillar.

Por eso la transformación no es comodidad: es renacimiento.
Y para renacer, primero hay que morir antes de morir, como dijo el Amado Profeta ﷺ:

> “Morid antes de morir.”

Esta muerte no es aniquilación, sino liberación: la caída de la ilusión, el desvelamiento de la realidad.

Lo que permanece es la esencia radiante que siempre estuvo allí: la luz de Allah en el Corazón humano.

Cuando esa estrella emerge, la vida ya no se percibe como una cadena de sucesos, sino como una revelación continua. Cada aliento, cada sonido, cada rostro, refleja la Única Luz.

El buscador comprende entonces que nunca estuvo separado: que la misma Luz que ilumina el corazón ilumina toda la creación.

Así, las palabras del Shaykh al-ʿAlāwī se vuelven descripción e invitación:

A dejar que la noche del alma madure hasta el amanecer,
a permitir que la chispa divina nazca en nosotros,
y a dejar que su luz inunde cada rincón del ser.

Porque en esa iluminación, el ser humano redescubre su verdadera naturaleza:
no una sombra entre sombras,
sino una estrella en la eternidad del cielo divino.