No soy ni musulmán ni hindú,
no soy cristiano, zoroastriano ni judío.
No soy del Occidente ni del Oriente,
no del océano ni de una bestia terrestre.
No soy una maravilla natural,
ni de las estrellas que están más allá.
Ni carne del polvo, ni viento que inspira,
ni agua en las venas, ni hecho de fuego.
No soy alfombra terrenal, ni gemas de la tierra,
ni estoy confinado a la Creación ni al Trono Celestial.
No soy de antiguas promesas, ni de profecías futuras;
no de tormentos infernales, ni de éxtasis paradisíacos.
Ni descendencia de Adán ni de Eva,
ni del mundo de las ilusiones celestiales.
Mi lugar es el sin-lugar,
mi imagen no tiene rostro.
No soy del cuerpo ni del alma:
soy del Todo Divino.
Eliminé la dualidad con risa jubilosa,
vi la unidad del aquí y del más allá.
Unidad es lo que canto, unidad es lo que hablo,
unidad es lo que conozco, unidad es lo que busco.
Ebrio del cáliz del Amor,
he perdido ambos mundos, aquí y arriba.
El único destino que se me acerca:
la mendicidad sin medida.
En toda mi vida, incluso si una sola vez
olvidara Su Nombre, aun por accidente,
por esa hora gastada, por ese instante,
daría mi vida, así me arrepentiría.
Oh Amado Maestro, Shams Tabrizi,
en este mundo estoy tan ebrio de Amor…
El camino del Amor no es fácil:
soy un náufrago y debo hundirme.
— Mevlana Rumi