Nada hay en mis ojos, salvo Tú, ¡Luna mía! No le niegues tu gracia a este corazón mío. La pena de tu amor es tu favor visible, ¡gracias, porque día y noche, tu favor me acompaña! Rey y mendigo vuelven su rostro a alguna puerta, mas, para mí, Rey mío, no hay otra alquibla que tu puerta. Eché del corazón a mi propio recuerdo, para que no se ofenda la memoria del que es anhelo de mi corazón. Buscándole, día y noche, me fui a las puertas de los corazones, y hallé el trono del Rey en el corazón del derviche. Cuando sentí en mi corazón el regusto del vino matutino que se elevaba hirviendo, la oración de la copa se volvió para mí la plegaria del alba. El día se oscurece con las fábulas vanas de los predicadores. De noche, a mí me basta la luz de mis lamentos. Si el colirio de noche limpia los ojos de tu corazón, el día amanecerá más brillante que el sol, ¡oh amigo! Apiádate del pobre corazón de tu raptado, pues, salvo Tú, nadie conoce este corazón mío. —Diwan de Maŷzub 'Ali Shāh —Traducido por José Mª Bermejo